1/1/09

Y EN EL COMIENZO FUE EL SONIDO……
Jorge Gómez

¿Qué alertaba y guiaba en la noche de los tiempos al hombre primitivo en la selva primordial, en medio del Magnum Mysterium?..... mucho se puede especular, pero es seguro que el sonido le daba una información más fidedigna que el ojo… antes de ver al depredador lo oía. Trasladado a nuestros días, antes que veamos al automóvil que puede atropellarnos lo escuchamos.
Los pueblos rurales iletrados, las tribus africanas, asiáticas y americanas que aún existen hoy en día en la tierra vivían y viven mayormente en un mundo de sonidos, en contraste con los pueblos occidentales, que viven más bien en un mundo visual. En cierto sentido, los sonidos son cosas dinámicas, o al menos son siempre indicio de algo dinámico, de movimiento, sucesos, actividades contra las que el hombre debe estar siempre alerta, cuando en la selva o en el páramo se haya indefenso ante los azares de la vida.
Mientras que para el occidental “ver es creer”, para los africanos por ejemplo, la realidad parece residir, muchísimo más, en lo que se oye y se dice. En efecto, nos vemos impulsados a creer que el ojo está considerado por muchos africanos, menos como un órgano receptor que como un instrumento de la voluntad, siendo el oído el principal órgano receptor.
Antes de la época griega los creadores de mitos, en equilibrio sobre las fronteras del mundo oral de la tribu, con las nuevas tecnologías de la especialización y el individualismo, lo habían dicho con antelación y con pocas palabras. El mito de Cadmo asevera que este rey, introductor de la escritura fenicia, o alfabeto fonético, en Grecia había sembrado dientes de un dragón y que de ellos nacieron hombres armados. Este, como todos los mitos, es el sucinto relato de un complejo social que se desarrolló en el curso de varios siglos. El mito, como el aforismo y la máxima, es característico de la cultura oral de la humanidad.
La palabra “civilización” debe ser empleada ahora técnicamente con el significado de hombre destribalizado, para el que los valores visuales tienen prioridad en la organización de su pensamiento y su conducta, con esto queremos especificar su carácter predominante. El ojo no tiene la delicadeza del oído. El espacio visual, en contraposición con el espacio acústico, es un efecto lateral del empleo de un instrumento fonético.
El alfabeto así, con su aparición en la cultura humana, actúa para intensificar la operación de la visión y para “suprimir” o disminuir la operación de los otros sentidos.
Se puede afirmar que el alfabeto fonético es una abstracción del significado del sonido y la translación de sonidos a un código visual. El sonido y el signo del alfabeto fonético no están en relación o interrelación dinámica: uno simplemente representa al otro.
El espacio visual es un artefacto hecho por el hombre, en tanto que el espacio acústico es una forma ambiental, natural. En otras palabras, el espacio visual es un espacio creado y percibido por los ojos cuando se abstraen o separan de la actividad de los otros sentidos.
El alfabeto fonético quitó barreras y dio formas más ágiles a las antiguas sociedades tribales. El hombre tribal vivía bajo el intenso peso de una organización auditiva de todas sus experiencias, podríamos decir que se encontraba en “trance”.
La interiorización de la tecnología del alfabeto fonético traslada al hombre desde el mundo mágico del oído al mundo neutro de lo visual.
El alfabeto fonético sacó al hombre del mundo posesivo, de interdependencia total y de relación mutua que es la red auditiva. El espacio oral y acústico es un mundo mágico y resonante de relaciones simultáneas. El campo auditivo es lo “simultáneo”, el mundo de lo acústico es un mundo en “profundidad”; podemos afirmar que el modo visual a diferencia del campo auditivo es sucesivo.
El espacio acústico previo a la invención del alfabeto en la cultura humana, con la oralidad, con el sonido y su poder evocativo de lo inefable, sigue siendo un espacio esférico, multisensorial y multidimensional.
La resonancia es el modo del espacio acústico y este último se encuentra en completo contraste con el espacio visual en todas sus propiedades, es también esférico.
El espacio visual, creando, intensificando y separando ese sentido de relación con los demás sentidos, es un recipiente infinito, lineal, continuo, homogéneo y uniforme.
El espacio sonoro, siempre penetrado por la tactilidad y otros sentidos es esférico, discontinuo, heterogéneo, resonante y dinámico.
Escuchamos desde todas las direcciones simultáneamente; el espacio acústico tiene la estructura de una esfera en que las cosas crean su propio espacio y se modifican y se coaccionan entre sí. El modo de cognición en el espacio acústico es la mimesis. “El agente cognitivo es y se vuelve la cosa conocida”, mientras que el ojo está en igual interrelación con los otros sentidos. No hay infinidad: para la facultad del oído, esta cuestión es ininteligible.
Podemos afirmar que con la escucha estamos en el centro del universo sonoro, mientras que cuando miramos solo vemos en un área de 180 grados. En el espacio acústico, cada cosa crea su propio espacio y tiempo.
La transformación del espacio acústico en espacio visual ocurrió en la antigua Grecia. A partir del filósofo Aristóteles se supuso que el espacio visual era la norma del “sentido común”. Los griegos tenían dos palabras para “palabra” o “locución”: logos y mythos, de las cuales logos era mucho más antigua y más compleja. La palabra hablada, el logos, funcionaba en la sociedad oral como la tecnología principal a la vez de comunicación y de forja a la transmisión de cultura. El logos también estaba relacionado con la causa formal, con la esencia existencial de las cosas. En ese sentido, todas las cosas son, por decirlo así: palabras, expresiones.
El hombre medio occidental está rodeado por una tecnología visual, abstracta y explícita, de tiempo uniforme y de espacio continuo en los que la “causa” es eficiente y trascendente, en los que las cosas se mueven y ocurren, por orden sucesivo y planos únicos. Pero el hombre primitivo y el de las actuales tribus que sobreviven actualmente en nuestro planeta viven en “el mundo implícito y mágico de la resonante palabra hablada”, un mundo de sonidos, cargado de significado directo y personal para el oyente; en tanto que el hombre occidental vive en menor grado, en un mundo visual que, en conjunto le es indiferente.
George Von Bekesy en su obra “Experiments in Hearing” ofrece una estrategia para superar las dificultades que tienen las personas de orientación visual para concebir el espacio acústico; él tiene clara conciencia de la dificultad para hablar del espacio del oído, pues la acústica es necesariamente un mundo “en profundidad”.
El rasgo dominante del hemisferio izquierdo del cerebro es la linealidad y la secuencialidad, hay buenas razones para llamarlo el lado “visual “, (cuantitativo) del mismo y dado que los rasgos dominantes del hemisferio derecho son lo simultáneo, lo holístico y lo sintético, hay también muy buenas razones para señalarlo como el lado “acústico”, (cualitativo) del cerebro.
Marshall McLuhan en su libro “La Galaxia Gutemberg”, nos dice que el mundo del oído es hiperestésico y cálido, mientras que el mundo de la visión es relativamente neutro y frío.
Podemos inferir que la exteriorización o expresión de ideas que es el lenguaje y el hablar, es un instrumento que hizo posible al hombre la acumulación de experiencia y de conocimientos y facilitó su transmisión y máximo empleo posible.
Creemos que tener en cuenta el valor de una auténtica conciencia sonora no es tarea fácil, la escucha activa, no pasiva, debe ser la brújula que nos guíe en la captación del universo sonoro que nos rodea. La escucha sucede continuamente aunque nos guste o no, pero el hecho de poseer oídos no nos garantiza su efectividad.

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